viernes, 2 de agosto de 2013

Capitulo 7

–Entonces... ¿qué tenemos que hacer para
divorciarnos? –hasta las palabras le resultaban
irreales. Allí estaba ella, preguntando cómo
divorciarse de un hombre con el que ni siquiera recordaba haberse casado, aunque parecía que empezaban a llegar a su cerebro pequeños retazos de lo que había ocurrido aquel día. Marido y mujer. Era ridículo, disparatado... aterrador.
–La verdad es que no me he informado sobre ese tema –admitió Pedro. Se echó hacia delante, apoyando los brazos sobre las piernas, de modo que redujo la distancia entre ellos de manera considerable. Estaba sintiendo un impulso irreprimible de intentar seducirla, parecía que el destino volvía a llevarlo hacia ella, como ya lo había hecho cuando se había enamorado. Sí, él se había enamorado mientras que ella simplemente
lo había utilizado como terapia contra la tristeza.
Tenía que arreglar esa cuenta pendiente y debía hacerlo de inmediato, Pedro no era de los que dejaban las cosas para más tarde. Lo de Lucia era ya un trato hecho, pero antes tenía que solucionar lo suyo con Paula.
– ¿Será necesario que volvamos a Las Vegas? –le preguntó ella visiblemente preocupada–. Porque a mí me resultaría imposible... no puedo faltar al trabajo, además del dinero...
–No creo que haga falta preocuparse por eso –la tranquilizó con sus palabras e intentó hacerlo también tomándole la mano suavemente, pero ella la retiró como si le hubiera dado calambre.
– ¿Qué se supone que estás haciendo?
–Estuvimos bien juntos, ¿no crees? –le preguntó mientras veía cómo ella se alejaba–. ¿Has tenido muchos amantes desde entonces?
–Tengo que irme.
– ¿Por qué? Ahora que hemos solucionado nuestro pequeño problema, no hay nada malo en que charlemos como personas civilizadas. Además, todavía tengo algunas cosas que preguntarte...
– ¿Qué cosas?
– ¿Por qué huiste de ese modo?
–Tenía que tomar un avión...
–Es cierto.
Paula sentía su masculina presencia que llenaba el ambiente y la rodeaba dejándola embriagada y casi sin poder respirar. De pronto tuvo la sensación de que se había acercado aún más a ella, ahora sus rodillas prácticamente se rozaban y
sus dedos seguían a solo unos centímetros de
distancia de los de ella. ¿Qué demonios estaba
pasando?
– ¿Y bien? –le preguntó con una tonalidad casi
hipnótica.
–Pues... –entonces le vino a la cabeza la imagen
de ellos dos riéndose y cómo habían firmado
aquel papel... la licencia, sin dejar de soltar
carcajadas ni un instante. Dos personas
despreocupadas, incapaces de considerar las
consecuencias de lo que estaban haciendo–. Tú no lo entenderías... –la angustia llenaba sus
palabras.
–Ponme a prueba.
De repente ya no le parecía importante contárselo.
Después de todo él ya era agua pasada. La noticia de William era otra cosa, algo que solucionaría en su momento.
–Verás... yo no era el tipo de chica que tú creías.
Como ya te he dicho, aquello fue una especie de juego, yo me había metido en otro papel... Pero cuando llegamos al hotel... dejé de interpretar y... bueno, seguramente te parecerá ridículo... yo
tenía veintiún años y nunca había...
Pedro la miraba con la incredulidad reflejada en el rostro. Si hubiera podido verlo desde fuera, seguramente aquella escena le habría parecido cómica, pero Pau estaba demasiado inmersa en la vergüenza que le daba revivir todo aquello.
–Eras virgen –dedujo perplejo.
– ¿Cómo es posible que no te dieras cuenta? –Le preguntó ella en un susurro después de
asegurarse de que nadie los estaba escuchando–.
Yo... no miré las sábanas, pero di por hecho que...
–No, no noté nada. Dios mío... –ansiaba acercarse más a ella, acariciarla y, al no poder hacerlo, sintió algo muy parecido al dolor–. ¿Y ahora? –le preguntó en voz muy baja–. ¿Has estado reservándote para cuando volviera...?

Lean el que sigue...

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