miércoles, 31 de julio de 2013

Capitulo 4

Pedro había pedido una mesa desde la que pudiera ver a Paula en cuanto entrara en el restaurante, antes de que ella pudiera verlo a él. Tendría que echar un vistazo al resto de los comensales antes de dar con él y, durante esos segundos, Pedro
disfrutaría observando a la mujer que había
conseguido escapársele durante cuatro años de
infructífera busca. La misma mujer que lo había abandonado en aquella habitación de hotel, cosa que no le había hecho nadie, ni antes ni después de ella.
Se recostó sobre el respaldo de la silla mientras daba un sorbo a la copa de vino con la misma aparente tranquilidad del tigre que espera a que su víctima aparezca, inconsciente del peligro. Fue entonces cuando la vio y todos los músculos de su cuerpo se quedaron paralizados. No había cambiado nada; seguía teniendo el pelo negro que le caía en cascada sobre los hombros, la figura esbelta que recordaba y que, con los tacones, parecía aún más femenina.
Sin darse cuenta, miró al sobre marrón que
descansaba sobre la mesa, esa era la razón de
aquel encuentro. Cuando volvió a levantar los ojos se encontró con su mirada clavada en él. No pudo evitar sentir un enorme rechazo por la mujer que lo había abandonado arrebatándole el corazón.
Observó cómo se aproximaba a él algo titubeante.
A pesar de la aparente seguridad en sí misma, se adivinaba temor en aquellos preciosos ojos verdes.
¿Por qué demonios iba ella a sentir temor? Lo
único que debía sentir era el mismo alivio que
sentía él al saber que por fin podría dejar atrás
aquel asunto.
Claro que, quizá ella no supiera...
–Así que has venido –dijo arrastrando las palabras cuando por fin se encontraron ambos sentados a la mesa–. No pareces muy contenta de verme –añadió mientras llamaba al camarero sin apartar la mirada de ella.
– ¿Cómo me has encontrado? – Pau se dio
cuenta de que no tenía tan buena memoria como creía porque el hombre que tenía enfrente no era simplemente guapo; le resultaba difícil mirarlo sin quedarse con la boca abierta. Era increíblemente atractivo y seductor, tenía las facciones más marcadas de lo que recordaba y
unos ojos miel que la hacian perderse en ellos.
–Pues ha sido bastante difícil –admitió él–. ¿Me
engañaste a propósito... o es que acostumbras a mentir a todo el mundo sobre tu vida? –de pronto se estaba apoderando de él una oleada de rabia que no sabía cómo controlar.
– ¿Para eso has venido, para averiguar por qué... me marché?
–Según me dijiste, tu familia era de Boston, pero no pude dar con nadie allí. Y lo de tu licenciatura en Harvard... tampoco allí parecía saber nada de ti.
– ¡No tenías ningún derecho a investigar de esa
manera! –ahora era ella la que estaba furiosa.
–Y no lo habría hecho de no ser... creo que los
dos sabemos a qué he venido.
Todos los temores de Paula se vieron
confirmados con aquellas palabras. De alguna
manera había averiguado la existencia de William.
Si era eso a lo que había venido, ¿vendría con la idea de llevarse a su hijo? ¿Qué iba a hacer ella si eso era cierto?

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