jueves, 1 de agosto de 2013

Capitulo 6

En la calle hacía un frío infernal, acompañado por un viento que helaba hasta los pensamientos. En cuanto se metieron en el taxi, Paula se
acurrucó en el asiento, con el abrigo tapándole
hasta la nariz.
– ¿Dónde vamos?
–A mi hotel.
– ¿A tu hotel? –repitió horrorizada, tan
horrorizada que Pedro sintió la tentación de
recordarle lo encantada que había estado de ir a su hotel la última vez.
–No a mi habitación, Pau , solo a mi hotel, hay
varias cafeterías donde podremos hablar
tranquilos. Creo que es mejor que andar buscando un sitio con el frío que hace.
–Está bien –dijo volviendo a relajarse–. ¡Dios! Debí de beber muchísimo la noche que...
– ¿Qué nos casamos? –empezaba a exasperarle el miedo que le daba decir aquello en voz alta.
Cualquiera diría que estar casada con él era una desgracia; en realidad su situación era mucho peor: prometido con otra mujer y con una reputación que se vendría abajo si llegaba a saberse la verdad–. ¿Podrías contarme qué
ocurrió? Lo último que recuerdo es que estábamos bailando y riéndonos mucho y que luego nos metimos en un taxi, me imagino que para volver al hotel.
Pedro observó su perfil, con el pelo cayéndole por los hombros y las manos descansando en su regazo. Después no pudo evitar la tentación de subir un poco la mirada, allí se adivinaba la curva que dibujaban sus pechos bajo el vestido. Retiró los ojos del peligro inmediatamente.
–Parte de lo que recuerdas es cierto y parte no.
Tras la segunda botella de champán, llegamos a la conclusión de que debíamos casarnos.
Esa vez sí lo miró. No recordaba las circunstancias pero ahora estaba segura de recordar la sensación que los había llevado a tomar tal decisión. La sensación de que todo entre ellos iba bien y que
estaban hechos el uno para el otro. Seguramente fue el alcohol.
–Casarse en Las Vegas es tan fácil que se puede
decidir en el momento –continuó con frialdad–.
Por solo noventa dólares, teníamos nuestra licencia matrimonial –se rió con tristeza al decir aquello–.
Es obvio que estabas demasiado borracha para
disfrutar de la experiencia.
–Era como estar en la ruleta rusa –comentó Paula apesadumbrada–. Todo daba vueltas y al
recordarlo nada me parecía real –pero la realidad se hizo un hueco en su vida cuando llegó a Inglaterra y descubrió su futura maternidad. Su pequeño gran secreto.
–Y por eso te marchaste.
– ¡Tuve que hacerlo!
– ¿Podrías explicarme por qué?
–La diversión se me fue de las manos.
– ¿La diversión? –para él no había sido
simplemente un poco de diversión. Por primera vez en su vida, había bajado las defensas y había dejado que los sentimientos gobernaran sus actos,
porque él no había bebido tanto como para no
saber lo que estaba haciendo. Sí, se había casado con ella porque había querido hacerlo, después de solo unas horas juntos, había deseado casarse con ella con todas sus fuerzas.
Sintió una profunda rabia hacia sí mismo y hacia ella. Lucia, con su belleza y su dinero, parecía
desaparecer si la comparaba con Paula. Esa ninfa de pelo negro a la que le mortificaba la idea de tener algo que ver con él nunca se le había ido de la cabeza, jamás había conseguido olvidarla. Eso era precisamente lo que debía hacer, y sabía cómo...
La cafetería del hotel era tan tranquila como Pepe había prometido; era oscura, y eso era bueno, pero el ambiente era bastante íntimo, lo cual no era tan bueno. Paula cada vez se sentía más tensa a su lado, y no era solo por su pequeño secreto o por haber descubierto que estaban casados...
La realidad era que su cuerpo no se comportaba de la manera esperada, Pedro parecía emanar algún
tipo de energía eléctrica que hacía que se le
acelerara el pulso con solo mirarlo a los ojos. Lo observó en silencio mientras se acercaba a la mesa con las bebidas y se sentaba frente a ella.
–Bueno –dijo acercándole una copa de vino que no había pedido.
–Yo había pedido un zumo de naranja.
–Estabas contándome por qué me mentiste.
–No vas a olvidarte de eso, ¿verdad?
–Es que nunca nadie me ha mentido.
– ¿Nunca? Pues qué vida más protegida debes de tener –intentó no mirar la arrogante sonrisa que adornaba su rostro.
–Me temo que fui una presa fácil para una mujer como tú –la brusquedad había desaparecido de su voz y de su cara y había dejado lugar a una provocación extremadamente peligrosa.
–A ver... No tengo ninguna licenciatura de
derecho –comenzó a hablar después de dar un
largo trago de vino –. Mis padres no eran ricos,
me temo, y tampoco tengo familia en Boston –
suspiró al acordarse de la profunda tristeza que había ocasionado el viaje a Las Vegas–. Aquel no era mi mejor momento; hacía un año de la muerte de mi madre y solo unos meses de la de mi padre,
cuando decidí irme a Estados Unidos. Yo... estaba muy unida a mis padres. Así que supongo que no estaba preparada para afrontar la muerte de alguno de ellos y mucho menos la de los dos –
respiró hondo y se frotó los ojos antes de que se le desbordaran las lágrimas.
–Te entiendo perfectamente.
Pero Paula no quería su comprensión porque no hacía más que complicar las cosas, hacía que se sintiera culpable por su secreto, aunque sabía que no habría podido localizarlo cuando se enteró de que estaba embarazada.
–Verás... tú apareciste y me hiciste sentir como
una princesa, así que me convertí en una. Creé un personaje interesante, atrevido... y rico, porque pensé que no te atraería alguien humilde, alguien que acababa de terminar sus estudios y estaba pensando en empezar a trabajar en un colegio a
menos de ocho kilómetros de la casa en la que se había criado. Eso habría sido muy aburrido para ti, por eso me convertí en otra mujer. Necesitaba escapar por unas horas, y eso hice. Así de simple.
Tenía que admitir que parecía lógico y que, ahora que sabía la verdad, había muchas cosas de aquel encuentro que empezaba a entender. Entendía el brillo de honestidad que había visto en sus ojos y que le había hecho enamorarse como un loco.
–Entiendo que estés furioso –de hecho, prefería que estuviera furioso a que sintiera lástima por ella, que era lo que le había parecido ver en sus ojos un rato antes.
–Sobre todo estoy asombrado de tus habilidades como actriz –le dijo con tristeza–. ¿No serás profesora de teatro por casualidad?
–No, de inglés y de geografía –la estaba mirando de un modo diferente, algo había cambiado y no sabía qué, pero sabía que tenía que alejarse de él antes de que... ¿De qué?
De que ocurriera algo que no debía ocurrir... algo que no podía permitirse que sucediera...

Jujujuuuu!

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